Colombia
Quejarte a diario no solo drena tu energía: daña tu cerebro, afecta tu ánimo y debilita tu salud mental ¿cómo manejarlo?
Publicado:
Por: María Paula Vargas Rodríguez
Creativa Digital
Quejarse es una reacción casi automática: al clima, al trabajo, al tráfico, a la vida. Pero ¿y si te dijeran que cada queja crónica está afectando directamente tu cerebro y tu capacidad para adaptarte a la vida? Lejos de ser solo una expresión de desahogo, la queja constante activa circuitos cerebrales que pueden llevarte a padecer ansiedad, depresión y deterioro cognitivo.
Como explica la Clínica Mayo, el cuerpo humano está diseñado para responder al estrés como mecanismo de defensa. Cuando percibe una amenaza —como un perro ladrando agresivamente en la calle— el cerebro activa el eje hipotálamo-hipófisis-suprarrenal, liberando adrenalina y cortisol, las hormonas del estrés. Esta respuesta nos prepara para “luchar o huir”.
El problema surge cuando ese sistema se activa una y otra vez por factores cotidianos como el exceso de trabajo, los problemas económicos o conflictos personales. “Cuando los estresores están siempre presentes y se siente uno constantemente bajo ataque, esa reacción de lucha o huida permanece encendida”, señala la Clínica Mayo. La consecuencia es una exposición prolongada al cortisol, que deteriora funciones vitales como la digestión, el sueño, la concentración, e incluso el estado de ánimo.
Más allá de los efectos hormonales, la queja repetitiva se ha relacionado con alteraciones estructurales y funcionales del cerebro. Un artículo publicado en Nature Reviews Neuroscience describe cómo el estrés crónico y los comportamientos depresivos están asociados con un deterioro de la neuroplasticidad, es decir, la capacidad del cerebro para adaptarse, aprender y cambiar.
Este deterioro genera atrofia neuronal y pérdida sináptica —es decir, menos conexiones entre neuronas— particularmente en áreas clave como la corteza prefrontal medial (mPFC) y el hipocampo, regiones implicadas en la memoria, el control emocional y la toma de decisiones. La neuroimagen en humanos ha mostrado disminución de la conectividad funcional entre estas áreas y el sistema límbico, generando patrones rígidos y negativos de pensamiento, atención e interpretación.
Cuando la neuroplasticidad se ve comprometida, no solo perdemos capacidad de adaptación. También aumenta la probabilidad de sufrir depresión, ansiedad, problemas de memoria, irritabilidad y patrones de pensamiento negativos e inflexibles.
Según el modelo integrador de neuroplasticidad propuesto por investigadores en neurociencia y psicología clínica, este deterioro se manifiesta en síntomas como:
• Pensamientos obsesivos e inflexibles. • Dificultades para resolver problemas. • Conductas evitativas o repetitivas. • Pérdida de motivación y capacidad de disfrute.
El círculo vicioso se cierra: el estrés fomenta quejas, las quejas activan el estrés, y este afecta la plasticidad cerebral.
Según estudios, la plasticidad cerebral puede recuperarse, y eso se puede lograr con cambios en el estilo de vida. Volver a entrenar al cerebro para salir del modo “queja y alerta” es posible. La Clínica Mayo recomienda:
• Ejercicio regular y alimentación saludable. • Técnicas de relajación como yoga, meditación o respiración profunda. • Crear redes de apoyo emocional y cultivar amistades saludables. • Practicar la gratitud y enfocarse en lo positivo (llevar un diario puede ayudar). • Buscar ayuda profesional cuando sea necesario.
Además, incorporar hábitos como el humor, el juego y el descanso no solo reducen el cortisol, sino que pueden estimular la plasticidad cerebral positiva, promoviendo nuevas sinapsis y fortaleciendo la resiliencia emocional.
Una pregunta necesaria: ¿vale la pena quejarse tanto?
En última instancia, la queja puede convertirse en una trampa mental y biológica que impide ver soluciones y disfrutar la vida. Como concluye la Clínica Mayo, “hay muchas recompensas al aprender a manejar el estrés: paz mental, mejores relaciones, más concentración y, en muchos casos, una vida más larga y saludable”.
Entonces, la próxima vez que sientas la necesidad de quejarte, tal vez la mejor opción sea respirar, hacer una pausa… y recordarle a tu cerebro que no todo es una amenaza.