Colombia
El miedo a la oscuridad, los cambios en la conducta y la alteración del sueño en la infancia pueden ser señales de alarma que justifican la consulta con un especialista en salud mental.
Publicado:
Por: Juan Manuel Arias Montenegro
Creativo Digital
Casi todas las personas han experimentado alguna vez una pesadilla, pero ese despertar abrupto y la sensación de miedo suelen dejar una huella emocional y física que puede durar horas.
Para la psicología, las pesadillas no son solo relatos extraños del sueño, sino señales del mundo interior y la salud general, por lo que comprender sus mecanismos y consecuencias permite identificar cuándo se trata de una experiencia transitoria y cuándo es necesario buscar ayuda profesional.
Desde una perspectiva psicológica, las pesadillas son sueños vívidos y perturbadores que generan emociones negativas como miedo o ansiedad, muchas veces conduciendo a un despertar repentino.
Estas experiencias suelen dejar recuerdos claros y sensaciones físicas como sudoración, palpitaciones o dificultad para volver a dormir, aunque ocurren principalmente durante la fase REM, cuando los sueños son más intensos.
Los temas que predominan varían según la edad y la historia personal, desde monstruos infantiles hasta persecuciones o caídas en adultos.
No todas las alteraciones nocturnas corresponden a pesadillas, dado que los terrores nocturnos, por ejemplo, se registran más en niños, con episodios de gritos y agitación, pero sin recuerdo del evento al despertar.
Estos episodios ocurren durante el sueño profundo, no en la fase REM, y se asocian a mecanismos neurológicos diferentes, por lo que reconocer la diferencia resulta clave para el diagnóstico y el tratamiento adecuados.
Las pesadillas pueden tener funciones adaptativas. Una teoría propone que permiten procesar emociones fuertes, estrés o experiencias traumáticas.
A través de la revivencia simbólica de eventos difíciles, el cerebro encuentra una vía para afrontar la ansiedad y el dolor, facilitando la integración emocional, por lo que la supresión o eludir las pesadillas podría impedir esta labor, incrementando el malestar psicológico.
Otras hipótesis sostienen que los sueños ayudan a consolidar la memoria y simulan amenazas reales, permitiendo que la persona prepare sus respuestas emocionales y conductuales en un entorno seguro.
Además, ciertas teorías neurológicas vinculan las pesadillas a la autoactivación de estructuras cerebrales como la amígdala, responsable de las emociones intensas.
Una pesadilla ocasional suele no representar problema alguno, pero cuando se repiten de forma frecuente pueden evolucionar en un trastorno clínico, incluso, las consecuencias destacan en dos niveles principales:
Las pesadillas recurrentes se relacionan con ansiedad ante la hora de dormir y miedo a volver a soñar, lo que puede generar privación crónica de sueño e incrementar síntomas de depresión o ansiedad.
La persona puede experimentar problemas de concentración, memoria y persistente malestar, afectando sus actividades cotidianas* y, en casos extremos, la angustia persistente puede favorecer pensamientos suicidas.
La interrupción del sueño deriva en fatiga, somnolencia diurna, bajo rendimiento y dificultades sociales. En niños, por ejemplo, es frecuente observar miedo a la oscuridad y alteraciones en la conducta antes de acostarse.
Si las pesadillas persisten, la alteración en el descanso puede agravar cualquier cuadro de salud existente.
Detrás de una pesadilla recurrente pueden ocultarse trastornos de ansiedad, depresión, apnea del sueño, TEPT o incluso enfermedades médicas generales.
La presencia constante y la relación con otros síntomas son indicadores decisivos para buscar atención médica, dado que las pesadillas también pueden actuar como un “canario en la mina”, anticipando problemas físicos o psicológicos aún no diagnosticados.
Diversos factores pueden incrementar la frecuencia e intensidad de las pesadillas: estrés, traumas recientes, privación de sueño, cambios fisiológicos, consumo de sustancias, ciertos medicamentos, cenas copiosas o el consumo de medios de terror antes de dormir. Además, existe una predisposición genética en algunos casos.
Por lo tanto, el manejo de las pesadillas depende de su frecuencia y del nivel de malestar que provocan.
En casos moderados, los hábitos de sueño saludables, evitar estimulantes antes de dormir y técnicas de relajación pueden reducir los episodios, pero si existe un cuadro persistente, la intervención profesional cobra importancia.
Entre las terapias con evidencia se destacan la Terapia de Ensayo en Imaginación (IRT), donde la persona aprende a modificar deliberadamente el desenlace de la pesadilla, y la Terapia Cognitivo-Conductual, que aborda los pensamientos y emociones asociadas con el sueño.
Otras alternativas incluyen exposiciones graduadas, técnicas de relajación y, en casos de TEPT, intervenciones farmacológicas bajo prescripción médica.
Es recomendable consultar a un profesional de la salud si las pesadillas afectan la calidad de vida, ocurren varias veces por semana, impiden el descanso o se asocian con consumo de medicamentos, sustancias o aparición tras un evento estresante. En niños, el miedo persistente o el cambio conductual debe motivar la consulta.