Colombia
Dados los riesgos asociados a un ataque cardíaco, identificar síntomas iniciales y actuar rápido se traduce en mejores resultados.
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Por: Juan Manuel Arias Montenegro
Creativo Digital
Cada 40 segundos una persona en Estados Unidos sufre un infarto de miocardio, según datos recopilados por Harvard Health Publishing. Esta condición médica, también conocida como ataque cardíaco, se caracteriza por la interrupción repentina del flujo sanguíneo en una parte del músculo del corazón, causada por una obstrucción arterial.
En ese contexto, la detección temprana de los síntomas marca la diferencia entre la vida y la muerte, ya que la atención rápida limita el daño y mejora el pronóstico.
El síntoma más frecuente de un infarto es el dolor en el pecho, un malestar que suele ubicarse en el centro del pecho o justo por debajo del esternón, y quienes lo experimentan lo describen como una presión, sensación de opresión o peso, aunque también puede presentarse como ardor o puntadas, incluso, el dolor puede irradiar hacia los brazos, el abdomen, la mandíbula inferior o el cuello.
Otros signos que pueden acompañar a esta molestia incluyen sudoración intensa, náuseas, vómitos, dificultad respiratoria, sensación de fatiga y debilidad repentina.
Es menester acotar que tanto hombres como mujeres suelen presentar molestia en el pecho, pero las mujeres tienen mayor tendencia a sumar síntomas como náuseas o dificultad para respirar, aunque la duración e intensidad de los síntomas puede variar.
Un dato revelado por Harvard Health Publishing indica que aproximadamente la mitad de los infartos ocurre sin que la persona lo perciba de inmediato.
Estos episodios, denominados "infartos silenciosos", se manifiestan con síntomas leves o confusos, y con frecuencia se confunden con molestias digestivas o musculares, pues muchas veces, este tipo de infarto solo se detecta posteriormente mediante un electrocardiograma o estudio cardíaco pedido por otro motivo.
El riesgo de ataque cardíaco se incrementa con antecedentes familiares de enfermedad cardíaca, aunque la causa más común es la aterosclerosis, acumulación de depósitos grasos que obstruyen el paso de la sangre en las arterias.
Cuando una placa de colesterol se rompe, se produce un coágulo que bloquea el flujo sanguíneo, lo cual puede desencadenar un infarto.
Entre los factores de riesgo identificados se encuentran: nivel elevado de colesterol LDL ("malo"), triglicéridos altos, presión arterial elevada, diabetes, antecedentes de enfermedad coronaria prematura en la familia, tabaquismo, obesidad y vida sedentaria.
También existen causas menos frecuentes como malformaciones congénitas en las arterias cardiacas o tendencia a formar coágulos.
Las arterias coronarias transportan sangre rica en oxígeno al músculo cardíaco, pero cuando una de estas arterias se bloquea, las células del corazón comienzan a deteriorarse rápidamente debido a la falta de oxígeno.
Aun así, es importante distinguir un ataque cardíaco de un paro cardíaco: mientras el infarto es una cuestión de obstrucción arterial, el paro es un fallo eléctrico repentino del corazón.
Ante la sospecha de infarto, es fundamental solicitar ayuda urgente y recurrir al número de emergencias local, dado que el tratamiento dependerá del tipo específico de infarto y del estado de la persona.
El protocolo comienza con la administración de medicamentos para evitar la formación de coágulos, así como oxígeno, fármacos para el dolor, betabloqueantes para reducir la demanda cardíaca y nitroglicerina para favorecer el flujo sanguíneo.
Algunos pacientes reciben además heparina o trombolíticos, pues en muchos casos, se realiza un procedimiento llamado intervención coronaria percutánea (ICP), que consiste en introducir un catéter hasta la arteria bloqueada.
Allí se insufla un balón para eliminar el coágulo y se coloca un stent, un pequeño dispositivo que mantiene la arteria abierta, cuando la ICP no es viable de inmediato, se pueden administrar fármacos trombolíticos.
En situaciones con obstrucciones múltiples o severas, se evalúa la posibilidad de una cirugía de bypass coronario, en la que se utiliza un vaso sanguíneo de otra parte del cuerpo para crear una vía alternativa al flujo sanguíneo.
La medicación de mantenimiento tras un infarto suele incluir aspirina, anticoagulantes, betabloqueantes y fármacos para disminuir el colesterol LDL por debajo de 70 mg/dl.
Prevenir ataques cardíacos pasa por modificar hábitos diarios. En ese sentido, Harvard Health Publishing recomienda práctica regular de ejercicio, al menos 150 minutos semanales de actividad moderada, y *seguir una alimentación basada en frutas, verduras, cereales integrales, peces ricos en omega-3 y grasas saludables, con patrones como la dieta mediterránea o la dieta Dash.
Por otro lado, dormir las horas necesarias, dejar de fumar y controlar el estrés también desempeñan un papel importante.
Tras un episodio de infarto, muchas personas ingresan en programas de rehabilitación cardíaca que facilitan la adopción de nuevos hábitos, reducción del riesgo y mejora de la calidad de vida.