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Un estudio revolucionario reveló que el envejecimiento cerebral no es progresivo, sino que ocurre de forma repentina a partir de los 44 años.
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Por: Michele Odarba
Creativo Digital
Durante años, se creyó que el envejecimiento del cerebro era un proceso lento y progresivo. Pero un nuevo estudio ha desmentido esa idea. Publicado en la prestigiosa revista PNAS y basado en más de 19.300 imágenes cerebrales de personas entre los 18 y los 90 años, este hallazgo revela que el deterioro cognitivo no ocurre de forma gradual, sino que llega en “golpes” inesperados.
Según los investigadores, “las redes cerebrales no solo se vuelven inestables a lo largo de la vida, sino que estos cambios tienen una tendencia no lineal”. Es decir, el cerebro puede mantenerse relativamente estable durante años, hasta que, de repente, empieza a deteriorarse.
El primer gran impacto ocurre alrededor de los 44 años, cuando el proceso de envejecimiento se activa de forma abrupta. Luego, a los 67 años, este deterioro se acelera aún más. Curiosamente, hacia los 90 años, el ritmo vuelve a estabilizarse.
Uno de los puntos más interesantes del estudio apunta a una caída de energía en las células cerebrales como uno de los detonantes clave de este deterioro. Al parecer, el cerebro comienza a requerir más insulina para funcionar correctamente a partir de los 40 años.
“La energía necesaria para transmitir los mensajes neuronales disminuye a partir de los 40”, explicó la profesora Lilianne Mojica Parodi, líder de la investigación y experta en neurobiología de la Universidad de Stony Brook. Según ella, este cambio estaría relacionado con una resistencia a la insulina que afecta el metabolismo cerebral.
Y aquí es donde entra una posible solución que ha llamado la atención de la comunidad científica: las cetonas.
Las cetonas —moléculas que el cuerpo produce al metabolizar grasas— podrían convertirse en una herramienta clave para combatir el envejecimiento cerebral. A diferencia de la glucosa, las cetonas pueden alimentar al cerebro sin depender de la insulina, lo que las hace especialmente valiosas en esa etapa de la vida donde el metabolismo comienza a fallar.
Los investigadores realizaron un experimento comparando el efecto de la glucosa y las cetonas en redes cerebrales degradadas. El resultado fue contundente: las cetonas lograron estabilizar la actividad cerebral deteriorada.
“Se trata de un cambio fundamental en nuestro enfoque para prevenir el envejecimiento cerebral”, afirmó Botvand Antal, investigador principal del estudio. La propuesta es clara: no esperar a que aparezcan los síntomas, sino intervenir antes, aprovechando lo que llaman un “período sensible”.
Aunque los resultados aún están en etapas preliminares, este descubrimiento podría abrir nuevas vías para prevenir enfermedades neurodegenerativas como el Alzhéimer. La idea de intervenir antes de que el daño aparezca, usando cetonas como combustible alternativo, plantea un escenario esperanzador para la medicina del futuro.
El equipo de la Universidad de Stony Brook sugiere que, con una detección temprana basada en marcadores neurometabólicos, sería posible ofrecer tratamientos preventivos, en lugar de esperar a que la memoria empiece a desvanecerse.
Desde el estudio compartido en PNAS hasta las declaraciones de sus líderes, todo apunta a un cambio profundo en cómo entendemos y enfrentamos el envejecimiento cerebral. Tal como lo concluyeron los investigadores,** ahora el reto no es solo entender cuándo envejece el cerebro, sino cómo intervenir a tiempo**. Y en ese proceso, las cetonas podrían ser la chispa que ilumine un camino hasta ahora desconocido.