Colombia
La reconocida actriz colombiana compartió detalles inéditos sobre los retos de su niñez, la llegada de sus hermanas y el desarrollo de su autoestima, demostrando una fortaleza que inspira a quienes siguen su carrera.
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Por: Juan Manuel Arias Montenegro
Creativo Digital
Ana María Estupiñán se ha consolidado como una de las actrices más queridas de la televisión colombiana, pero detrás de su éxito, hay una historia marcada por desafíos personales, momentos de inseguridad y una reflexión profunda sobre la familia, la autoestima y la fe.
A través de una entrevista para el video pódcast Yo Creo, la actriz de Amar y vivir, La niña o Rigo, compartió detalles de momentos complejos de su vida y cómo su vida, detrás del éxito, no fue tan fácil.
Ana María creció en un ambiente artístico, pues desde pequeña su vida transcurrió entre estudios de grabación, luces y cámaras, debido a las profesiones de sus padres; sin embargo, los momentos más difíciles no ocurrieron frente a las cámaras.
Uno de los episodios más duros fue la llegada de sus dos hermanas menores, dado que después de haber sido la “bebé de la casa” y recibir toda la atención de sus padres, ese cambio le resultó devastador.
El proceso de dejar de ser la más pequeña, sumado al cese de la lactancia y a la sensación de pérdida, la empujó hacia comportamientos regresivos como orinarse en los pantalones, rebeldía en el colegio y una constante búsqueda de atención.
Estos episodios de rebeldía la llevaron a perder dos años escolares, pues sus compañeros y profesores comenzaron a rechazarla y la relación con sus hermanos también se deterioró, convirtiendo el hogar y el colegio en espacios de conflicto y aislamiento.
La dinámica familiar y escolar desencadenó en Ana María sentimientos de soledad y pensamientos de no querer continuar viviendo y aunque no pensaba en hacerse daño de manera consciente, sí pedía en sus oraciones no continuar existiendo.
A pesar de crecer en un hogar con padres atentos y presentes, la llegada de dos bebés alteró el foco de atención y Ana María no encontró cómo expresar lo que sentía, por lo que la amargura y la ansiedad dominaron buena parte de su niñez.
Sumado a esto, desarrolló problemas de autoestima que afectaron su percepción sobre sí misma. Por ejemplo, el acoso escolar por problemas de control de esfínteres y la aparición de piojos afectaron su ánimo.
Durante esa etapa, llegó a rechazar su propia imagen, sintiéndose fea y no aceptada ni en el colegio ni en su propio hogar.
El episodio de los piojos se volvió extremo y la frecuencia y gravedad hicieron que sus padres buscaran ayuda, llegando incluso a cortarle el cabello por completo.
Ese momento resultó determinante para Ana María, pues frente al espejo sintió como si se le quitara un “velo” de encima y por primera vez logró verse con otros ojos.
En ese momento recibió el apoyo constante de su madre, quien comenzó a acompañarla hasta la puerta de su salón de clases y a afirmarle su valor y dignidad antes de enfrentar la jornada escolar.
Este ritual cotidiano fortaleció su autoestima y su vínculo familiar, influyendo profundamente en su capacidad para afrontar el rechazo y el bullying.
Aunque creció en un hogar cristiano, fue a los 15 años cuando Ana María tomó una decisión personal de fe.
En medio de la angustia por una conversación sobre la muerte durante la grabación de una novela, decidió orar y hacer propia su creencia en Dios, un camino de fe que reforzó su sentido de propósito y la ayudó a sanar heridas de su infancia.
El proceso de sanación incluyó acompañamiento psicológico y apoyo de la comunidad espiritual, por lo que aprendió a transformar su vulnerabilidad en fortaleza y a reconfigurar la relación con su familia, especialmente con su madre.
A los 12 años comenzó a actuar de manera profesional, respaldada por años de formación y talleres artísticos.
Su trayectoria la ha enfrentado a nuevas presiones como la exposición pública y la constante evaluación del público; sin embargo, las dificultades de su infancia forjaron un carácter capaz de sobrellevar el escrutinio de los medios y las redes sociales.
Ha puesto límites claros en su carrera, decidiendo no realizar escenas de desnudos ni de alto contenido sexual. Estos límites responden no sólo a sus convicciones personales y espirituales, sino al deseo de proteger su intimidad y salud mental.
Ana María reconoció que la industria exige resiliencia y un carácter sólido, especialmente para enfrentar la incertidumbre y el rechazo constante en las audiciones, por lo que el acompañamiento de su esposo y su familia ha sido fundamental para mantener el equilibrio y proteger su bienestar.
A través de su trayectoria, Ana María transmite un mensaje de esperanza a quienes atraviesan situaciones difíciles durante la niñez y la adolescencia y destaca la importancia de la presencia y el apoyo emocional de los padres, así como la necesidad de afianzar la autoestima y la identidad frente a la adversidad.