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Más de un siglo después de la tragedia, el barco más famoso del mundo sigue revelando secretos a través de los objetos que viajaron a bordo.
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Por: Equipo de Redacción
Redacción Digital
Cuando el Titanic zarpó en abril de 1912, lo hizo bajo el sello de ser el barco más grande y lujoso de su tiempo. Sus salones parecían salidos de un palacio: escaleras de roble, alfombras inglesas, suites privadas y vajillas decoradas en oro. Era el orgullo de la White Star Line y el sueño de quienes viajaban hacia América.
Pero la noche del 14 de abril, el transatlántico chocó contra un iceberg y se hundió en menos de tres horas, llevándose consigo más de 1.500 vidas. Desde entonces, el Titanic no ha dejado de fascinar al mundo, no solo por su tragedia, sino también por las huellas materiales que sobrevivieron en las profundidades del Atlántico.
En un almacén secreto en Atlanta, Estados Unidos, reposan 5.500 piezas rescatadas del naufragio. Cada objeto guarda una historia y se ha convertido en un puente entre el mito del Titanic y las vidas reales de quienes lo habitaron.
Más allá del mito, estos objetos son cápsulas del tiempo. No son solo piezas de museo: son fragmentos de vidas interrumpidas, recuerdos de lujo y esperanza, y pruebas de un momento histórico que cambió la navegación para siempre.
El Titanic se hundió en 1912, pero sus tesoros siguen emergiendo como recordatorios de que la historia no solo se cuenta en palabras, sino también en los objetos que resisten al olvido.